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Refutación de la Teoría de la Ventaja Comparativa

  • Foto del escritor: Fernando de Miguel
    Fernando de Miguel
  • 21 jul
  • 31 Min. de lectura

Actualizado: hace 13 minutos

-INTRODUCCIÓN A LA REFUTACIÓN-

     En las próximas páginas vamos a comprobar que David Ricardo basó su famosa Teoría de la Ventaja Comparativa en una trampa lógica y que, por tanto, dicha teoría es falsa y no debe orientar la política comercial de ningún país.

  Pero antes de entrar en la refutación propiamente dicha creo conveniente recordar el objetivo que tenía Ricardo cuando formuló su teoría y repasar el ejemplo simplificado de intercambio comercial que Ricardo inventó para apoyar su visión. [NOTA para Economistas: si conocen el objetivo de Ricardo -superar la idea de "ventaja absoluta" de Adam Smith- y recuerdan el famoso ejemplo protagonizado por Portugal e Inglaterra, pueden saltarse este epígrafe introductorio y también el “Repaso” del ejemplo ricardiano y pasar a leer directamente el epígrafe titulado “El error de Ricardo”]


      Pues bien, el objetivo inicial de Ricardo es demostrar que el libre comercio, el comercio sin aranceles, es bueno para todos los países del mundo y no sólo para aquellos que se encuentran en determinada situación, como creía Adam Smith. Este otro economista había escrito que las naciones sacarían provecho del libre comercio si se especializan en producir y exportar aquellos bienes que producen más eficientemente que otras naciones (ventaja absoluta) e importan del extranjero aquellos otros bienes que no pueden producir o que producen peor, con más coste, que los extranjeros (es decir, usando en la producción más recursos o mano de obra). Esta teoría de Adam Smith implicaba que algunos países no necesitarían o no podrían comerciar: aquellos países que lo produjeran todo mejor que otros no necesitarían importar nada y aquellos países que lo produjeran todo peor no tendrían nada que ofrecer (su menor eficiencia conllevaría mayor coste de producción y mayor precio en el mercado internacional).

Pero David Ricardo quiere ir más allá, dada su fe en que el librecambio es beneficioso para todos los países y en casi cualquier circunstancia. Según Ricardo, incluso un país que produce todos los bienes de manera menos eficiente que otro puede sacar provecho de practicar el libre comercio con el país que le supera, siempre y cuando éste último no le supere con la misma ventaja en todas las producciones. Esta afirmación, de ser cierta, haría el librecambio teóricamente conveniente a todos los países del mundo, incluso a los más atrasados tecnológicamente, pues todos los países tienen alguna producción menos desventajada en la que especializarse con vistas a la exportación.


-REPASO DEL EJEMPLO DE RICARDO-

       Para demostrar su tesis, hoy universalmente aceptada, Ricardo pone un ejemplo simplificado de dos países que comercian. No incluiré aquí el texto original de Ricardo, sino que redactaré su contenido a mi manera, como hacen todos los comentaristas de la obra ricardiana, ya que la redacción de dicho autor tiene fama, con razón, de poco comprensible.

 

       Ricardo nos presenta dos países, Inglaterra y Portugal, que producen y consumen dos mercancías, el vino y el paño, teniendo cada país distinta productividad en cada uno de esos dos sectores. Ricardo mide la productividad de cada país contando el número de trabajadores por año que dicho país requiere para producir una determinada cantidad de vino y una determinada cantidad de paño. Esa cantidad de vino y esa cantidad de paño no se especifican, pero sabemos que tienen el mismo valor de mercado y que se pueden intercambiar la una por la otra en los mercados internacionales (podemos llamar a esa cantidad “carga”, puesto que se transporta e intercambia en barco). Veamos:


 - Portugal fabrica el paño con 90 hombres al año y el vino con 80.

 -Inglaterra fabrica el paño con 100 hombres al año y el vino con 120.


       Con estos números queda claro que Portugal es el más eficiente y hábil de los dos países ricardianos, puesto que supera en productividad a Inglaterra en ambos sectores (necesita menos trabajadores, menos esfuerzo laboral, para fabricar la carga de vino y la de paño). Ahora bien, como advierte Ricardo, Portugal supera a Inglaterra con distinta ventaja en cada sector. Fijémonos:


 -Para el paño Portugal requiere 10 trabajadores menos que Inglaterra (pues usa 90, en vez de 100, como Inglaterra)

 -Para el vino Portugal requiere 40 operarios menos que Inglaterra (pues usa 80 en vez de 120).


       Hay que destacar que la ventaja de Portugal en el vino es especialmente grande (de 40 hombres). Lo cual implica, desde otra perspectiva, que la desventaja de la torpe Inglaterra en el vino es especialmente grande. Y por otro lado implica que la desventaja de Inglaterra en el paño es especialmente pequeña (recordemos que para hacer paño sólo necesita 10 hombres más que Portugal).


       Una vez presentadas las habilidades productivas de cada país, Ricardo afirma que los dos países de su ejemplo podrían conseguir la misma cantidad de mercancías con menores costes laborales si abandonasen la producción de una de las dos mercancías y dedicasen todo su esfuerzo a la otra, especializándose en ella para producir más cantidad de la misma y comerciar con el otro país. Exportarían al país socio la cantidad adicional de producto generado con su especialización y recibirían de dicho país, a cambio, la mercancía cuya producción directa abandonaron.

       Ahora bien, Ricardo nos advierte que, para que la especialización y el trueque reduzcan el esfuerzo laboral de los países, cada país debe especializarse, no en cualquiera de sus sectores al azar, sino en aquel sector en el que tiene ventaja comparativa. Y eso significa que el país más hábil de los dos, Portugal, debe concentrarse en la producción en la cual su ventaja sobre el otro es mayor, el vino, y que el país más torpe, Inglaterra, debe especializarse en la producción en la cual su desventaja es menor, el paño (no olvidemos que la ventaja portuguesa es de 40 hombres en el vino y de sólo 10 en el paño)


       Y resulta que, cuando comprobamos mentalmente los efectos que tendría esa especialización y el posterior intercambio de la cantidad extra producida, vemos que, en efecto, el esfuerzo de los países se ha reducido. El sector recomendado por Ricardo para la especialización, el que tiene la ventaja comparativa, ha permitido a ambos países conseguir los dos productos con menos esfuerzo.

       Para comprobarlo, imaginemos que el Portugal ricardiano produce una carga de vino para su propio consumo como siempre lo ha hecho, con 80 trabajadores, y que luego produce una segunda carga de vino con otros 80 empleados. Imaginemos que esta segunda carga la intercambia con Inglaterra por una carga de tejido. Así Portugal habrá conseguido el tejido -tejido inglés- también con 80 hombres, en vez de con 90 como antes. Estará mejor que antes de la especialización, pues habrá conseguido los mismos bienes con menos esfuerzo laboral.

       Imaginemos que Inglaterra por su parte, produce una carga de tejido para su propio consumo con 100 trabajadores, como siempre, y después una segunda carga con otros 100, y que intercambia esta segunda carga por vino portugués. Entonces Inglaterra también estará mejor que antes, pues habrá conseguido el vino con 100 trabajadores, en vez de con 120 como antes. Pese a ser el país más torpe de los dos, se habrá visto beneficiado por la especialización y el comercio.


       Y, por supuesto, Ricardo nos ofrece su explicación de esta reducción del esfuerzo de los dos países ficticios. La clave, según Ricardo, es que tanto Portugal e Inglaterra se han especializado en su sector con ventaja comparativa y han producido con vistas a la exportación y el intercambio.


       De este razonamiento, Ricardo y sus seguidores extrapolan una lección que, según ellos, sería aplicable a los países de realidad. Lo mejor que pueden hacer todos los países del mundo es comparar sus producciones con las de otras naciones y después especializarse en sus sectores con ventaja comparativa. Los países más eficientes deben especializarse en aquello en lo que aventajan especialmente a los demás y, los menos eficientes o “torpes”, deben especializarse en aquello que se les da menos mal en comparación con otros (así, según el Banco Mundial, los países del África subsahariana, que son menos eficientes en agricultura y en industria que Alemania, por ejemplo, deberán concentrarse en la producción agrícola, donde su desventaja frente a Alemania es mucho menos pronunciada que en la industria, y donde cuentan con sectores con especial ventaja comparada sobre otros países: cacao, café, etc). En última instancia todos los países del mundo deben, según Ricardo y los economistas liberales, comerciar en régimen de libre comercio, es decir, sin impuestos o aranceles, para intercambiar los productos sin sobrecostes políticos que puedan alterar los beneficios de la ventaja comparativa. El libre comercio sería la clave para sacar provecho de las ventajas comparativas.



    -EL ERROR DE RICARDO-

Para analizar el texto de Ricardo hay que distinguir dos partes. Una cosa es el ejemplo de especialización e intercambio de bienes entre dos países, que es un ejemplo aceptable, y otra cosa es la explicación que Ricardo da al hecho de que la especialización y el trueque permitan a los dos países disponer de los mismos bienes que antes con menos esfuerzo laboral. Ricardo ofrece una explicación errónea, que no explica siquiera su propio ejemplo y que no sirve para entender el comercio internacional real y menos para orientar la política comercial de una nación. Como vamos a ver, la teoría de la Ventaja Comparativa es errónea.


Ahora bien, antes de comprobar numéricamente la falsedad de la teoría ricardiana, es conveniente un primer acercamiento a la verdadera explicación del ejemplo inventado por este autor, a la verdadera causa de que ambos países ficticios se vean beneficiados por el trueque que llevan a cabo. Así después será más fácil para nosotros entender el error que cometió Ricardo al interpretar su propio ejemplo. Veamos.

Lo que en realidad explica el ejemplo ricardiano de especialización e intercambio beneficioso es la productividad y la complementariedad. Fijémonos primero en que, tanto el Portugal como la Inglaterra ricardiana se especializan precisamente en el sector más productivo de los dos sectores que el país posee, es decir, se especializan en la actividad que les cuesta menos esfuerzo de las dos que llevan a cabo, comparada la una con la otra. Así, Portugal se especializa en el vino, en el que usa solo 80 trabajadores, y no 90 como en el paño, mientras que Inglaterra se especializa en el paño, en el que usa 100 operarios, en vez de 120 como en el vino.

Así pues, el sector escogido por cada país se caracteriza, no sólo por ser el que tiene ventaja comparativa frente al sector equivalente de la otra nación, sino también por ser el sector más productivo de los dos que el país posee, comparado uno con otro internamente. Por tanto, la productividad no puede dejar de jugar un papel en la exitosa especialización de los países ricardianos (de hecho, en realidad es la clave, como comprobaremos más adelante).


Veamos. Cuando cada país ricardiano abandona la actividad menos productiva y dedica todos los trabajadores a la más productiva, especializándose, pasa a aprovechar mejor el talento de esos trabajadores (los portugueses están mejor aprovechados en el vino que en el paño y los ingleses están mejor aprovechados en el paño que en el vino). Está claro que un obrero que se coloca en el sector en el cual es más productivo genera más valor de mercado por año que un obrero que se queda en un sector en el cual es poco eficiente. Y al estar todos los trabajadores mejor aprovechados que antes, el país en su conjunto requiere un menor número de esos trabajadores para generar el mismo valor de mercado nacional que antes. O dicho de otro modo: al especializarse, los países de Ricardo han dejado de desperdiciar a una parte de su mano de obra en un sector en el cual sacan poco provecho de ella y han pasado a dedicar toda la mano de obra al sector en el cual ésta es más productiva.

Por tanto, es la mayor productividad del sector escogido por cada país ricardiano la que explica la reducción del esfuerzo celebrada por Ricardo y es la menor productividad del sector abandonado la que explica la conveniencia de su abandono (siendo la ventaja comparativa del sector escogido una magnitud irrelevante, como luego comprobaremos).


Por supuesto, la especialización provoca, a priori, un problema a los países ricardianos: dejan de fabricar directamente uno de los dos bienes y así queda en duda la futura disponibilidad del mismo. Pero Ricardo tiene una solución para este problema. Sus países especializados consiguen la misma cantidad del bien que han dejado de fabricar porque tienen un socio comercial complementario, un socio comercial cuyo sector más eficiente es, precisamente, el inverso; un socio amigable que está dispuesto a convertirse en eficiente proveedor del producto abandonado, compensándoles el abandono de éste. A cambio de esa compensación, cada país socio dará al otro el extra de producción logrado al especializarse en una sola mercancía.

Ahora bien, fijémonos aquí en que este tipo de intercambio de dos bienes entre dos agentes económicos, tan medido y constante año tras año en la cantidad y el valor, no parece propio del cambiante comercio internacional de la realidad, donde los precios de mercancías y divisas varían cada día debido a la competencia, sino que más bien parece un intercambio acordado por dos amigos que hubieran firmado un contrato de asociación para repartirse dos tareas (cada amigo se encargará sólo de aquella que se le da mejor) y los frutos producidos por esas tareas (cada amigo dará al otro el extra de producción conseguido al especializarse).

       Sea como sea, los países complementarios de Ricardo salen ganando cuando se reparten entre ellos las dos tareas -según su mayor talento productivo- y después se reparten los frutos de esas tareas de manera conveniente para ambos. Con o sin acuerdo previo de precios, ambos países ricardianos logran aprovechar al máximo el talento de sus obreros. Y está claro que un dúo de países que aprovechan el talento siempre producirá bienes con menos esfuerzo que un dúo de países que desperdician parte de su fuerza laboral en algo que se les da mal (como hacían los países de Ricardo antes de especializarse). Se puede adelantar aquí que un reparto de dos tareas entre dos agentes económicos complementarios (con distintos talentos productivos) siempre beneficiará a ambos, al menos, si después de repartirse las tareas según el talento de cada cual, se reparten también los bienes producidos según el valor de cambio que les conferían previamente.

       Más adelante profundizaremos en esta explicación del ejemplo de Ricardo. Ahora comprobemos por fin, con números y de manera definitiva, la irrelevancia de la ventaja comparativa de cada país.


   -DEMOSTRACIÓN NUMÉRICA-

       Hay que darse cuenta de que, si la teoría de las ventajas comparativas fuera cierta, debería poder aplicarse no sólo a países que tienen distinto talento productivo, distinto punto fuerte, como los del ejemplo ricardiano (Portugal hace el vino con menos esfuerzo que el paño e Inglaterra hace el paño con menos esfuerzo que el vino), sino que también debería poder aplicarse a países que tienen el mismo punto fuerte (lo que sucedería si los dos países hicieran su vino, por ejemplo, con menos trabajadores que su paño). Y es que en tal caso las condiciones iniciales planteadas por Ricardo pueden seguir cumpliéndose: el primer país puede superar al otro en ambas producciones y a la vez tener distinta ventaja en cada una. Puede haber diferentes costos comparados.

       Comprobemos con un ejemplo como dos países con el mismo talento productivo pueden cumplir los planteamientos iniciales de Ricardo (y así también comprobaremos si la teoría es válida).


       El ejemplo que vamos a ver a continuación, es muy parecido al de aquel economista. Portugal vuelve a ser más productivo que Inglaterra a la hora de fabricar vino y paño, y vuelve a tener más ventaja en la producción de vino que en la de paño. La única diferencia entre el ejemplo de Ricardo y el mío es que he cambiado una de las 4 cifras de trabajadores que él usó, la última que expongo, para que Inglaterra también sea más productiva en el vino que en el paño y así ambos países tengan el mismo punto fuerte. Veámoslo por fin:


       -Nuestro Portugal fabrica el paño con 90 hombres al año, y el vino con 80.

       -Nuestra Inglaterra fabrica el paño con 100 hombres al año, pero ahora el vino lo fabrica con 95.


       Con estas cifras, insisto, seguimos en el mismo supuesto teórico de Ricardo (el que sirve de planteamiento a su teoría). Portugal es mejor y más productivo en todo que Inglaterra, y tiene distinta ventaja en cada sector. Sigue aventajando a Inglaterra sobre todo en el vino, pues requiere 15 hombres menos que ella, mientras que en el sector del paño usa 10 menos.

       Así pues, si Inglaterra quiere seguir el consejo de Ricardo y especializarse en el sector en el que tiene menor desventaja relativa, debe otra vez concentrarse en producir paño (en el cual Portugal le aventaja, recordemos, sólo en 10 hombres, y no en 15).


       En tal caso, cuando Inglaterra fabrique paño y después lo intercambie por vino portugués, habrá dedicado 100 hombres a conseguir el vino que antes fabricaba con 95, y por tanto estará peor que antes.

       E insisto: en mi ejemplo Inglaterra estará siguiendo el consejo de Ricardo: exportar aquello en lo que tiene menor desventaja comparativa. Y sin embargo, estará perdiendo dinero (aunque Portugal sí ganaría, porque sí se especializaría en su sector más productivo).


      Esto demuestra que el sector con ventajas comparativas no siempre es deseable y que las ventajas comparativas nunca fueron la verdadera explicación del ejemplo ricardiano de especialización e intercambio satisfactorio. Lo que lo explica es la productividad y la complementariedad, como dije. Y lo que hace Ricardo es engañarnos con un ejemplo forzado. Hace coincidir el sector con mayor productividad de cada país con el sector con mayor ventaja comparada (caso del país más hábil) y con el sector con menor desventaja del otro país (país más torpe), de manera que la mayor productividad beneficia a ambos países y él puede decir que la clave es la ventaja. Yo he cambiado el ejemplo para que esas dos características -mayor productividad y menor desventaja comparada- no se den a la vez en el mismo sector del país más torpe, y así podamos valorar el sector con “ventaja comparativa” por sus propios efectos. Y ahí es cuando notamos que especializarse en esa “ventaja” puede ser perjudicial, y que dicha ventaja no puede explicar el intercambio comercial satisfactorio planteado por Ricardo.


       Y vuelvo a insistir. La verdadera explicación del ejemplo de Ricardo es que cada país ha escogido el sector que le permite ser más productivo y que, además, le permite complementarse con el otro país (al que se le da mejor el otro producto). Dicho de otro modo: primero cada país escoge su sector más productivo desechando el menos productivo (para lo cual necesita comparar sus sectores entre ellos, sin necesidad de compararlos con los equivalentes del otro país). Así aprovecha mejor su fuerza y tiempo de trabajo, dejando de desperdiciar una parte en algo que se le da mal. Después cada país tiene la suerte de que Ricardo le presenta un socio con un talento distinto y dispuesto a convertirse en proveedor del bien que el país ya no fabrica. Y en este proceso la mayor ventaja y la menor desventaja no juegan ningún papel. Son magnitudes irrelevantes que no explican el ejemplo ricardiano ni mucho menos situaciones económicas de la realidad.

       Y la teoría de David Ricardo sobre el comercio internacional ya está refutada (el economista que no quiera creerlo, que repase otra vez mi ejemplo numérico). Sólo falta comprender el verdadero significado del ejemplo de Ricardo.


   -EL EJEMPLO DE RICARDO Y LA REALIDAD-

       Tal vez el lector se haya preguntado: si la teoría de Ricardo es falsa ¿por qué su ejemplo de países que reducen su esfuerzo con la especialización y el trueque suena tan realista y atractivo?

       Su ejemplo suena bien porque de hecho describe una situación que se da mucho en la economía de la realidad, aunque no en el comercio entre países - y mucho menos entre los librecambistas-, sino en la economía de las personas. Se trata de un simple reparto de tareas y del fruto de las mismas entre dos agentes económicos con distintos talentos. El ejemplo más básico se puede hallar en la antiquísima tribu de los bosquimanos, famosos por vivir como recolectores y cazadores en el desierto del Kalahari. Y es que los varones de esta etnia se suelen especializar en la caza, para la cual suelen tener más aptitudes que las mujeres (fuerza, resistencia física, etc), mientras que las mujeres se suelen especializar en la recolección, en la cual suelen ser más eficientes que los hombres. Después, cuando vuelven al campamento, hombres y mujeres se reparten los frutos que han conseguido de la manera más conveniente para todos. Es un simple reparto de tareas y de frutos entre agentes complementarios, más que parecido al que describe Ricardo para sus países imaginarios. Pero comprobémoslo más detenidamente.


       Imaginemos que en mitad del Kalahari hay un hombre y una mujer bosquimanos que son solteros y que viven separados y solitariamente, de forma que deben encargarse de las dos tareas alimenticias por sí mismos y pasarse una parte del día cazando y otra recolectando. Imaginemos que el hombre es más productivo cuando caza que cuando recolecta y que la mujer es más productiva cuando recolecta que cuando caza. Así los dos bosquimanos tienen la misma característica clave que los países ricardianos: el mayor talento de cada uno es distinto y complementario (recordemos que Portugal era más productivo en el vino que en el paño e Inglaterra a la inversa). El caso es que los dos solteros bosquimanos, al hacer las dos tareas por sí mismos, estarán malgastando la mitad de su tiempo y energía, aproximadamente, en una actividad que se les da mal; en una actividad en la que tienen baja productividad y de la que sacan poco rendimiento (en comparación con la otra tarea).

Pero imaginemos ahora que los dos bosquimanos se casan: en tal caso, podrán repartirse las tareas según su mayor talento personal y también podrán repartirse los frutos y vivir mejor. Si el hombre sólo caza y la mujer sólo recolecta, ambos aprovecharán mejor su tiempo de trabajo, pues lo dedicarán íntegramente a la actividad en la que producen más alimento (o alimento de más valor) por hora. Así, cuando llegue el final de la jornada y marido y mujer vuelvan al campamento con carne y raíces y preparen su cena, los dos estarán menos cansados que cuando eran solteros porque habrán necesitado menos horas para conseguir la misma cantidad de alimentos que antes (y así podrán tener más tiempo libre para dedicar a los hijos). Todo gracias a la productividad y a la complementación.

Los países descritos por Ricardo tienen la misma característica clave que cualquier pareja de bosquimanos que viva aislada y que se reparta las tareas y los frutos, ya que Ricardo ha preparado su ejemplo, de manera consciente o no, para que ambos países también se complementen entre ellos.


       Y aquí vuelvo a insistir en un particular: ni los países ricardianos ni el hombre o la mujer complementarios necesitan comparar sus respectivas habilidades entre ellos, ni medir la ventaja que se sacan el uno al otro. Ya hemos comprobado que las ventajas comparativas son irrelevantes. Lo que le importa a la mujer, pongamos por caso, es que cuando ella recolecta es más productiva que cuando ella persigue animales. Sólo necesita hacer una comparación: compararse consigo misma y elegir su versión más eficiente (después su socio complementario la compensará el abandono de la otra actividad).

Ahora bien, en este punto podemos rematar el ejemplo de los bosquimanos y hacerlo idéntico al de Ricardo. Imaginemos que uno de los dos cónyuges complementarios supera al otro en ambas tareas. Esto sucedería si la mujer, pongamos por caso, además de recolectar mucho mejor que el hombre, también cazara mejor, aunque superando al hombre sobre todo en la recolección (igual que el Portugal ricardiano supera a Inglaterra sobre todo en el vino). En tal caso, si el hombre sigue teniendo, dentro de su inferioridad general, más talento para cazar que para recolectar, la complementariedad entre marido y mujer se mantendrá (igual que se mantiene en el ejemplo ricardiano, ya que la inferior Inglaterra hace la tela con más eficiencia que el vino, pudiendo así complementar a Portugal). De esta manera, los bosquimanos se encontrarían exactamente en la misma situación que los países ricardianos. Y sin embargo, no habría cambiado nada relevante respecto a la descripción anterior del matrimonio: si la mujer recolecta mejor que caza, sea o no superior a su marido en ambas cosas, usará mejor su tiempo si solo recolecta; y si el hombre caza mejor que recolecta, aprovechará mejor su tiempo si solo caza, sea o no inferior a su mujer en ambas actividades. Las ventajas comparativas no les importarán porque son siempre irrelevantes. Lo importante sigue siendo que cada cónyuge complementario elija la versión más eficiente de sí mismo para aprovechar su tiempo de la manera más productiva.

      Ricardo incorporó en su ejemplo forzado la variable que acabamos de tratar -la de que un personaje es superior en todo al otro-, porque quería atacar directamente la idea de la “ventaja absoluta” de Adam Smith. Sea como sea, si interpretamos adecuadamente el ejemplo de reparto de tareas planteado por Ricardo (desechando la fallida interpretación del propio autor), podríamos extraer una enseñanza del mismo: la conveniencia de un reparto de dos tareas entre dos agentes económicos complementarios no desaparece porque uno de esos agentes sea más hábil en las dos tareas (siempre y cuando tenga un talento mayor en una de las dos tareas que en la otra y su socio tenga el talento inverso).

    Ahora bien, la conveniencia de un reparto de tareas sí que desaparece cuando ambos agentes tienen la misma habilidad especial, como los países de mi propio ejemplo o como un hombre y una mujer bosquimanos que fueran ambos más productivos en la caza que en la recolección. Si éstos últimos se repartieran las tareas, aquel que se encargase de la recolección estaría desaprovechando su versión más productiva de sí mismo y pasaría a estar peor que antes, como le sucede a la Inglaterra de mi propio ejemplo. Y eso no cambiaría porque el desafortunado bosquimano tenga ventaja comparada en la recolección.


Por otro lado, hay que insistir en que los repartos de tareas son situaciones económicas propias de personas, que poco tienen que ver con la economía de los países, como iremos viendo en el libro, y nada con el libre comercio. Y es que un reparto de tareas entre dos agentes económicos complementarios requiere, para ser mutuamente beneficioso, que los términos del intercambio se mantengan iguales en el tiempo; es decir, que los precios de los dos artículos sean constantes. Y esto no sucede nunca en el mercado internacional: un producto puede doblar su precio de un año para otro. Y esta verdad implica que el vino del Portugal ricardiano podría perder en cualquier momento su capacidad de compra frente a una tela inglesa encarecida, pasando a comprar la mitad (por ejemplo), de tal modo que para el Portugal ricardiano la especialización -el reparto de tareas- sería un desastre y éste país echaría de menos la época en que se autoabastecía sin problemas de tejidos.

Así pues, un reparto de tareas requiere que los términos del intercambio hayan sido pactados y que los agentes económicos confíen el uno en el otro (casi como un matrimonio). Como curiosidad, hay que decir que en el mundo real lo más parecido al “reparto de tareas mutuamente beneficioso entre países” imaginado por Ricardo lo han llevado a cabo naciones comunistas. Concretamente la antigua URSS y la China comunista, pues éstas durante algunos años intercambiaron maquinaria soviética y cereales chinos después de haber pactado la producción que haría cada uno y las cantidades que intercambiarían. Pactar los términos del intercambio y mantener el compromiso es indispensable en un reparto de tareas, como decía. Este hecho, por cierto, implica que el ejemplo de Ricardo carece de cualquier relación con el librecambio, por mucho que lo pretendan, de manera ridícula, los economistas liberales, y que dicho ejemplo debió haber sido relacionado, en todo caso, con la economía planificada, los precios controlados por el estado y el comercio rígidamente pactado entre gobiernos.


       También es interesante centrarse un momento en el acto de “elegir la mejor versión de uno mismo” que hacen los bosquimanos y los países ricardianos que se reparten las tareas. Hay que decir que, de alguna manera, esa elección tiene lugar en la historia económica de casi todas las personas, aunque las mismas no participen en un reparto de tareas propiamente dicho: casi siempre eligen el empleo más lucrativo al que tienen acceso sin que importen las ventajas comparadas que tienen en él respecto a otros agentes. Quiero insistir en esto debido a que muchos economistas seguidores de Ricardo pretenden explicar algunos comportamientos económicos individuales con las irrelevantes “ventajas comparadas”

       Imaginemos, para comprobar otra vez la irrelevancia de esa categoría ricardiana, a un señor que es cirujano plástico por las mañanas y limpiador de zapatos callejero por las tardes (hay vocaciones muy curiosas). Si un día este señor decide dedicarse a una sola actividad, porque quiere más dinero y ya no le importa tanto su vocación, elegirá aquella actividad en la cual gane más dinero y no tendrá en cuenta su ventaja en relación con otros compañeros de oficio. Tal vez es el cirujano plástico menos prestigioso de la ciudad y el mejor limpiador de zapatos de la calle principal. Pero eso no le importará. Y es que los cirujanos plásticos, incluso los peor pagados, siempre ganan bastante dinero, mientras que los limpiabotas callejeros suelen vivir en la miseria, incluso los mejores y más pagados.

       Así pues, el cirujano limpiabotas querrá aprovechar mejor sus tardes quedándose en la clínica de estética, aunque la misma esté en un barrio de las afueras de la ciudad y nunca acuda allí ningún famoso con una billetera infinita. Para dicho cirujano, sus ventajas comparadas respecto a otros cirujanos y limpiabotas son irrelevantes. A nadie le importa un comino la ventaja comparativa cuando ha de elegir entre dos actividades, y mucho menos a las empresas o a las naciones exitosas, como veremos en otro capítulo del libro.


   -EL REPARTO DE TAREAS Y LA DIVISIÓN DEL TRABAJO-

       Pero apartémonos un momento del texto de Ricardo para hacer algunas aclaraciones. En este libro llamaré “reparto de tareas y de frutos mutuamente beneficioso” al tipo de relación económica que establecen entre sí los cónyuges bosquimanos, que es exactamente la misma relación que establecen los países imaginados por Ricardo. Uso la expresión “reparto de tareas” para que no haya confusiones con la vieja expresión económica “división del trabajo”, que es otro asunto distinto (aunque los economistas académicos parecen no tenerlo claro).

       Recordemos que, cuando hay división del trabajo en una sociedad, también hay una especialización de las personas que la componen, cada una en una sola actividad. Así, por ejemplo, en ciertas fases del neolítico algunas personas dejaron la agricultura y se especializaron en la alfarería, mientras que los agricultores abandonaban completamente la alfarería para delegarla en otros. El caso es que los economistas suelen vincular, con acierto, este tipo de división del trabajo histórica con un aumento de la productividad: el alfarero que abandona el arado y dedica todo su tiempo a su torno de moldear adquiere una mayor habilidad y eficiencia en éste, lo que le permite producir más cerámica por cada hora que trabaja la arcilla. Esto es muy beneficioso para la sociedad y para sus miembros. (Ahora bien, como veremos en otro capítulo, este beneficio no se puede extrapolar a los países, como pretenden los economistas liberales, el Banco Mundial y el FMI: la “división internacional del trabajo” es una idea disparatada y perjudicial. Los economistas liberales han sacado la idea de tal división del ejemplo de Ricardo, en el cual, ni siquiera hay división internacional del trabajo, pues no hay aumento de la productividad, sino que hay en todo caso un reparto de tareas entre países ficticios)

       Con la expresión “reparto de tareas” quiero designar situaciones como la descrita por Ricardo o como la de los bosquimanos, situaciones en las cuales varios agentes económicos se “especializan” sin aumentar por ello su productividad. Estos agentes sólo aumentan en principio el tiempo dedicado a su especialidad con el fin de aprovechar mejor sus propias capacidades y, en definitiva, aumentar su productividad como agentes económicos dentro de un grupo mayor (el grupo gana productividad por unidad de trabajo, por trabajador, pero éste no gana productividad por unidad de tiempo en su especialidad). Así, cuando el Portugal ricardiano se especializa en el vino, sigue produciendo la misma cantidad de bebida por trabajador/año que antes. Si puede producir más vino (si quiere) es porque puede dedicar más trabajadores/año a esa producción, ya que ha abandonado la otra tarea.

       Teniendo en cuenta el estancamiento de la productividad se puede describir el ejemplo de Ricardo, más exactamente, como un “reparto de tareas y de frutos mutuamente beneficioso entre dos agentes económicos de productividad estancada”. Hay que entender que todo agente que participa en un reparto de dos tareas ha renunciado a mejorar su productividad en ambas tareas y que elige una de ellas resignado a la productividad que ya mostraba en la misma previamente. Esta resignación a la vieja productividad está en los países de Ricardo. Pero es una resignación absurda para los países de la realidad (un absurdo que también invalida por si solo, en mi opinión, la teoría de Ricardo). Si la Inglaterra ricardana -que fabricaba la tela con 100 hombres- fuera real y se comparase con el Portugal ricardiano -que fabricaba la tela con 90-, esa Inglaterra usaría el comercio internacional para importar los telares y tecnologías portuguesas y fabricar también con 90 hombres (ya hemos hablado de esto en otro lugar [del libro])


       Por otro lado hay que notar, si nos centramos por un momento en la realidad del comercio internacional, apartándonos de la visión liberal, que los países que se han industrializado y enriquecido no han participado en repartos de tareas ni mucho menos han buscado su ventaja comparativa. Tampoco han descartado producciones que a priori se les dieran peor que a otros, como hacen los países del ejemplo ricardiano, porque es absurdo descartar tareas lucrativas que se hacen mal cuando las mismas se pueden hacer mejor importando tecnología. los países hoy desarrollados ni siquiera han practicado el libre comercio en su fase de desarrollo como creen en sus delirios los admiradores de Ricardo (si Inglaterra produce tela con 90 hombres, no sólo debe importar o copiar los telares portugueses para producir con 80, sino poner además aranceles a las telas portuguesas para que la competencia de éstas no frustre el proceso de modernización de las empresas inglesas). Lo que han hecho los países hoy ricos es practicar el comercio proteccionista e importar técnicas modernas con el fin de aumentar su productividad todo lo posible y en todos sus sectores (caso últimamente de China). De hecho, las actuales potencias han aumentado constantemente también el número y variedad de sus sectores, emprendiendo actividades nuevas para ellos y entrando a competir con los países pioneros. En otros capítulos veremos las pautas que han seguido. Lo que aquí nos importa es advertir que la productividad no sólo es la verdadera clave del ejemplo de Ricardo, sino que también, con otro tipo de relaciones económicas, es la clave del éxito de los países industriales reales para satisfacer las necesidades de sus ciudadanos.


       De hecho, la productividad es la clave del éxito de la Inglaterra real en el siglo XIX. Ésta no escogió el sector textil porque tuviera “menor coste comparado” en el mismo que Portugal, sino porque lo había convertido en el sector más productivo del mundo, al crear los primeros telares automáticos accionados por vapor, que producían más de 20 veces más tela por trabajador que el telar manual (20 veces más tela que cada trabajador portugués). Seguramente Ricardo quiso engañar al Portugal de la realidad, haciéndole creer que a la Inglaterra de la realidad le iba bien con el textil debido a sus “ventajas comparadas” y no debido a la Revolución Industrial, con el fin de que Portugal no intentase hacer esa Revolución y competir con Inglaterra (volveremos sobre esta clase de mentiras).


   -TODOS LOS EJEMPLOS DE INTERCAMBIO ESTÁN FORZADOS

       También hay que decir que el ejemplo ricardiano de especialización e intercambio no es el único que se ha escrito para intentar demostrar la teoría de las ventajas comparativas. Muchos otros autores, en sus manuales de introducción a la economía o en páginas de internet, han construido su propio ejemplo de dos países y dos producciones y han sustituido las cifras y los productos intercambiados para demostrar la supuesta ley de los costos comparados a su manera (un país fabrica 100 ordenadores y otro 200 plátanos...). Pues bien, todos esos ejemplos son siempre tan confusos y tendenciosos como aquel que les inspiró. Y es que, curiosamente, todos los economistas seguidores de Ricardo fuerzan sus ejemplos, sin darse cuenta, de la misma manera en que lo hace su maestro.

       Lo que hacen es preparar las cifras para que el sector más productivo sea también el que tiene la llamada ventaja comparativa. Así parece que ésta última explica los buenos resultados de la mayor productividad. Por supuesto, los economistas de turno también incluyen la complementariedad, procurando que cada país tenga por sector más productivo el contrario que su socio, lo cual asegura que la especialización y el intercambio sean deseables.

       El truco para forzar numéricamente los ejemplos es ordenar adecuadamente las cuatro cifras que expresan el esfuerzo de los personajes, como hizo Ricardo. Esas cuatro cifras de turno, supuestamente aleatorias, se ordenan de la siguiente manera: la cifra más pequeña debe corresponder al sector más fuerte del país más hábil (80 portugueses que hacen vino) y la cifra más grande de las cuatro debe corresponder a ese mismo sector en el país torpe (120 ingleses que hacen vino). Entre estas dos cifras extremas deben estar comprendidas las otras dos, correspondiendo al país más hábil una cifra menor que al más torpe, como es obvio (90 tejedores portugueses y 100 ingleses en el ejemplo “maestro”). Si se cumple esta regla, sean cuales sean los productos y las cifras del ejemplo, cada actor económico será más productivo en el sector contrario que el otro y los sectores más productivos de cada país serán también los que tienen la llamada “ventaja comparada”.

       Por supuesto, para refutar el ejemplo de Ricardo basta con cambiar alguna cifra de este esquema, como he hecho yo, desobedeciendo la regla no escrita que los economistas manejan de manera inconsciente, y así el análisis de la nueva situación nos llevará a la verdad (yo he puesto una cifra intermedia en la posición en la que Ricardo pone la cifra más alta de todas -la que expresa el esfuerzo del país más torpe en el sector en el cual el país más hábil es más productivo-) ¿Por qué nadie lo ha hecho antes? Luego hablaremos de ello.


       También hay que especificar que, dentro de los ejemplos forzados por los economistas liberales para intentar demostrar a su manera la teoría de las ventajas comparativas, destacan los ejemplos protagonizados por personas en vez de por países. Estos ejemplos suelen estar forzados de manera más extrema, pues no sólo se utilizan cifras forzadas como las que acabamos de ver (cifras que normalmente reflejan las horas gastadas por cada personaje en generar un dinero, expresando la productividad). Estos ejemplos se fuerzan especialmente porque el personaje menos eficiente de los dos se presenta como un inútil total en una de las dos actividades, de modo que tiene que abandonar esa actividad necesariamente. Así por ejemplo, si se inventan un caso con dos personas que se dedican ambas a la cirujía plástica y a limpiar botas en la calle -como en el caso que yo he planteado antes-, la más torpe de estas personas será presentada como tan inútil haciendo cirujías -con rendimientos penosos o con carencia de conocimientos básicos-, que el sentido común del lector le hará pensar que el personaje debe abandonar la cirujía. De esta manera, cuando el personaje menos eficiente descarta ser cirujano y opta por la única opción que le queda, ser limpiabotas, los economistas que han preparado el ejemplo pueden decir que la lógica de esa decisión viene dada por la ventaja comparativa.

       Seguramente los lectores aficionados a la economía conocerán este tipo de ejemplos con personas. Démonos cuenta de que, si los teóricos de turno no convirtieran a uno de sus dos personajes en un inútil total en una de las tareas, si el peor cirujano fuera de todos modos válido para ganar dinero con su labor, aunque sea en la clínica más barata de la ciudad (como sucede en el ejemplo que yo he puesto unas páginas más arriba), entonces el lector sospecharía la verdad: que es más lucrativo ser el cirujano peor pagado de la ciudad que el limpiabotas con mejores felicitaciones. Pero ya veremos en otro capítulo los ejemplos con personas más despacio, porque son especialmente absurdos.


   -REFLEXIÓN CRÍTICA Y AIRADA-

    Todavía hay cosas que decir del truco que Ricardo hace con los números para forzar su ejemplo, achacando las dos cifras más extremas a un sector y dejando las cifras del otro sector entre medias, la más alta para el país más torpe. Fíjese el lector que entraña cierta dificultad forzar este tipo de ejemplos numéricos para que la teoría de Ricardo encaje. Yo he tardado un buen rato en ver el truco pese a que lo buscaba deliberadamente. El hecho de que todos los economistas fuercen los nuevos ejemplos que se inventan, sin darse cuenta de que forzarlos invalida la teoría que pretenden demostrar, es desconcertante y no dice nada bueno de ellos.

       Hay que pensar que, a lo largo de dos siglos, muchos economistas habrán probado cifras nuevas para demostrar la teoría de Ricardo a su manera y no lo habrán conseguido a la primera, puesto que habrán comprobado que sus cifras no encajaban con el “modelo”. Imaginemos el momento en el cual esos economistas, en vez de indagar en la causa de ese desajuste numérico y darse cuenta de que la teoría era una falacia, cambiaron las cifras hasta que su ejemplo encajó con lo profetizado por su maestro, dejando su propio ejemplo forzado de igual modo con el fin de que las ventajas comparativas parezcan la explicación del asunto. Este ciego error, repetido una y otra vez durante doscientos años por quién sabe cuántos economistas liberales y profesores, demuestra por sí sólo que los seguidores de Ricardo se mueven mucho más por la fé en el libre mercado y en sus profetas que por un auténtico espíritu científico. Yo considero esta ceguera la prueba definitiva, entre muchas otras, de que la economía clásica y, sobre todo, neoclásica de los liberales tiene mucho más de religión o pseudociencia que de auténtica ciencia social.

       Y no sé que es peor, si el hecho de forzar los ejemplos de manera inconsciente, por emular al profeta del libre mercado, o el hecho de no probar a cambiar, de manera consciente, alguna de las cifras del ejemplo ricardiano. Parece increíble que, en doscientos años, los economistas profesionales no hayan sido capaces de hacer esa prueba, de cambiar deliberadamente uno de los cuatro números del ejemplo hipotético con el fin de comprobar lo que sucedería (no hacía falta mucho más para poder refutar a Ricardo). Esta falta de espíritu científico parece más propia de un teólogo que maneja textos sagrados que de un matemático, pese a que los economistas suelen ser también matemáticos (y ese es otro tema: sus matemáticas reduccionistas no tienen nada que ver con la realidad...).

       Pero qué se puede esperar de economistas como los liberales, que han rechazado las mil pruebas históricas de la necesidad de un comercio proteccionista que tienen los países atrasados industrialmente. De hecho, Reino Unido y Estados Unidos llegaron a su posición con un proteccionismo salvaje (hacia el año 1700 el gobierno inglés no dejaba importar tejido extranjero ni siquiera para las mortajas de los cadáveres, lo cual había causado gran aflicción a los cristianos de cierta riqueza, ya que éstos solían importar de Francia telas de lino -planta que crecía peor en Inglaterra- pues querían ser enterrados con una mortaja del mismo material que la de Jesucristo). Y en los últimos 45 años, por ejemplo, China ha ido demostrando lo beneficioso que es el proteccionismo cuando se comienza el desarrollo y como hay que irlo reduciendo según se va haciendo la industria competitiva.

       Pero qué se puede esperar de economistas como los liberales, insisto, que pretenden extrapolar un ejemplo como el ricardiano a la realidad, cuando dicho ejemplo, refutado o no, tiene desde el principio presupuestos demasiado absurdos. ¿Por qué si Inglaterra comprueba que Portugal usa menos trabajadores en el sector textil, va a dejar de importar los telares portugueses y a insistir en usar los suyos propios? ¿Por qué un país que se compara con otros, y ve que es más torpe en todas sus actividades productivas, ha de insistir en alguna de éstas -la menos desventajada- para especializarse en ella según su vieja tecnología productiva, en vez de emprender nuevos sectores más lucrativos a base de importar la tecnología extranjera?

       Se puede afirmar que el texto de Ricardo es seguramente el que más gente ha matado en la Historia. No hay ninguna otra página, ni siquiera en los libros sagrados de las distintas religiones, que haya causado tanto dolor a la humanidad. Porque en el nombre de las ventajas comparativas se ha impuesto el libre comercio a los países pobres y teóricamente soberanos, desde 1980 y por parte de organismos supranacionales como el Banco Mundial y el FMI (sobre todo a partir del informe del BM de 1981, conocido como “Informe Berg”). El libre comercio y otras políticas liberales han resultado desastrosas y han hecho crecer la pobreza y el hambre.

       Ningún delirio económico del dictador ruso Stalin, con su apuesta por la colectivización de la agricultura y la exportación de unos excedentes alimentarios que sólo eran excedentes en su mente, y ningún delirio pseudocomunista de Mao, ha matado a tanta gente de hambre como la teoría liberal del comercio. Ésta fue impuesta a los países del África subsahariana por las organizaciones supranacionales mencionadas (BM y FMI) aprovechando que los países estaban desesperados por un préstamo de dólares para poder hacer importaciones básicas. Y la condición para recibir las imprescindibles divisas era adoptar el libre comercio y buscar la “ventaja comparativa”.

       Los países víctima han quedado obligados a especializarse en sus cultivos de exportación tradicionales, como el cacao o las bananas, muy poco lucrativos, pues en esos cultivos supuestamente tendrían una “ventaja comparativa”, como el Portugal ricardiano lo tendría en su tradicional vino. Al mismo tiempo, estos países víctima han tenido que abrir sus fronteras al libre comercio sin aranceles, viendo como las manufacturas extranjeras, provenientes de países más adelantados tecnológicamente y por tanto más eficientes, inundaban su mercado y arruinaban a sus empresas industriales nacientes (empresas que habrían sobrevivido si no hubieran sido expuestas tan pronto a la competencia internacional). Así pues, ambas imposiciones, especialización en sectores tradicionales poco productivos y libre entrada de productos extranjeros, han sido las principales generadoras de la pobreza y del hambre de los países del Sur Global, como veremos a lo largo del libro.

        Los dogmas de los economistas liberales han costado la vida a millones de personas. La falacia de las ventajas comparativas se ha perpetuado en la economía teórica como un homenaje a la torpeza humana. Por cierto, entre los torpes, algunos han profundizado en el error y han recibido por ello premios Nobel (en otro lugar analizaremos los “aportes” de esos señores obnubilados por el galimatías ricardiano).


       Una opinión muy distinta merecen los economistas que han preferido la teoría de Friedrich List sobre el comercio internacional [(la teoría de “las industrias nacientes” que recomienda el proteccionismo para los países atrasados tecnológicamente)]. Son siempre economistas que se dicen, o bien de izquierdas, o bien nacionalistas -éstos pueden ser a su vez de izquierdas o conservadores, como el propio List-, pero nunca o casi nunca son liberales. Dichos buenos economistas saben que a los países atrasados industrialmente les conviene el proteccionismo y el intervencionismo comercial, y han despreciado la teoría de Ricardo porque conocen sus limitaciones en la práctica y porque recuerdan la verdadera Historia del comercio y del desarrollo industrial de los países ricos. También porque comprueban que la teoría de List (el librecambio es malo para los países atrasados y bueno para los adelantados) está verificada por los datos económicos de los distintos países. (Ahora bien, List decía que el proteccionismo es bueno para países con atraso industrial, no que sea bueno para países modernos y muy posicionados en lo tecnológico, como Estados Unidos, que últimamente quiere coquetear con los altos aranceles para intentar solucionar problemas que no tienen que ver con el atraso).

        Pues bien, los economistas partidarios de la teoría de las “industrias nacientes”, hoy más bien marginales, han demostrado mucho mayor rigor científico, sentido común e intuición que los liberales, y algunos incluso han ayudado a muchos países pobres de la realidad a desarrollarse, pese a haber sido olvidados por la Historia. Y, desde luego, ayudar a un país a superar la pobreza es el mayor mérito imaginable para un economista, aunque no haya llegado a hacer la refutación de la teoría ricardiana. Pero gracias a que esos buenos economistas no hicieron la refutación -no lo necesitaron-, he tenido yo la oportunidad de hacerla.



Este artículo es un fragmento del libro (aun inédito) "El imperio de la mentira".

Fernando de Miguel, Julio de 2025



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